viernes, 2 de abril de 2010

Prologo

Dicen que en la espesura de ese pequeño monte, en la cercanía del gran pantano de los Encantados existe una pequeña aldea cuya característica mas importante no son precisamente la cultura y tradición inalterada por el paso de la civilización de la cercana y amenazante capital si no precisamente eso, la alteración que ha llevado a convertir en este lugar un espejo de la decadencia urbanita. Ya ocurrió una vez, allí por el desierto con Sodoma y Gomorra. Ciudades en las cuales la decadencia de los placeres se había apoderado de la conciencia colectiva y había convertido esos oasis en ciudades donde los neones parpadeantes permitían ubicar al viandante por que esquina estaba paseando.

En esta pequeña aldea, sin embargo, los neones pillaban un poco modernos (aun remontándose a milenios después), las mujeres y los hombres simplemente distorsionaban la naturaleza con delicadas piezas de lencería algo insinuadoras pues aunque situada en la montaña esta aldea brindaba de un tiempo especialmente calido y húmedo que le autorizaba a sus pecaminosos pueblerinos realizar ese ritual. Los ancianos de las aldeas circundantes denominaban por ello a este lugar El infierno humeante, nombre no muy rural y quizás algo marcado por la tendencia urbana de los románticos de hace dos siglos pero la realidad era así, nadie se libra de esa gigantesca ciudad.

La aldea poseía una magnifica fortaleza de esas que se plantean en las películas de Hollywood. Tenia de hecho todo lo apropiado para ser considerada una fortaleza propiamente Americana. Tenía un historial de muertes y violaciones inimaginables dentro de sus paredes. Todas los habitantes ricos provenientes de la city que buscaban un mundo bohemio para realizar sus actividades bohemias como escribir libros o pintar retratos inexpresivos acababan mutilados y colgados a modo de cuadro aristocrático en sus tapices ¿Y todo por que? Porque había un cementerio indio. Si, un cementerio indio en plena sierra norte de Madrid, pero los hechos son los hechos y lo que ocurría aquí era totalmente cierto. Pero no solo poseía estas maravillosas características si no que también en los bajos del castillo se extendía una lujosa cadena de pequeñas tiendas que vendían toda clase de material ilegal. Desde mujeres u hombres (se había introducido hace poco este objeto, todos sabemos como avanzan las degeneraciones de la ciudad) hasta sesiones de espiritualismo y magia negra. Una vez repasados los puestecillos hay que remarcar la importancia del asador (también situado en el castillo) donde se servían autenticas hamburguesas americanas, todo un lujo para los pueblerinos que veían en la fortaleza toda una seria de valores a los cuales encaminarse y entregarse.

Otro curioso y no menos satánico y desvirtuado lugar era la plaza del pueblo. Esta plaza se alejaba del ideal americano y se adentraba en el folclore de la España mas prostituida. A modo de descripción rápida solo habría que decir la onomatopeya: ¡Olé! Pero como no quiero caer en la simpleza de los urbanitas procederé a una exhaustiva descripción.

La plaza se herejía alrededor de un extraño manantial. Antaño este manantial había sido una hermosa poza donde los pueblerinos de este idílico lugar se limpiaban y realizaban alguna que otra actividad recreativa. Pero ahora, sobre ella se edificaba una especia de carpa (recordemos los circos americanos) de color blanco. La estética del lugar era horrible.
En toda plaza de pueblo (dado que si no, no es un pueblo) han de existir bancos, bancos que sirven de oídos sordos y de bocas mudas cuyo fin no es mas que el de mantener comunicado de los nuevos acontecimientos (ajenos o no) del mundo. En esta aldea, los bancos que recordaban demasiado a la condición rural del mismo habían sido camuflados en cabinas cerradas con formal oval donde cualquier persona podía desconectarse si antes pagaba un euro (pues era el requisito para abrir este extraño cacharro). Dentro de ellas se podían realizar cualquier tipo de actividad multimedia, desde la masturbación mediante vagina en lata hasta simplemente relajarse con una buena canción de flamenco andaluz.

En la lejanía de la plaza se edificaban formando un cuadrado pequeñas tiendas que tejían una trampa para cualquier extranjero. De cada una de ellas salían escupidas melodías de flamenco, todas estas formaban una orquesta descompasada y ruidosa que no hacia más que espantar a toda la fauna e incluso a la flora salvaje cercana.

Dentro de la plaza, asediada por tiendas, se encontraba el ayuntamiento. Este tenía mayor altura que las tiendas y se erigía de forma imponente siendo fácilmente localizable desde el resto de la aldea. Era un edificio sin ventanas y no muy decorado. Su única decoración era un pomposo mensaje que decía: El ilustrísimo ayuntamiento de la aldea le proclama señor de sus vicios, diviértase. Del extremo de la carpa donde residía el manantial y de los tejados se extendían unos cables donde colgaban farolillos que avisaban del estado permanente de fiesta de aquel lugar.

Por una de las bifurcaciones de la plaza otro edificio se enfrentaba al poder del ayuntamiento. ¿Y cual iba a ser este otro poder que se enfrenta al político? No era otro edificio que la iglesia. No obstante, esta parecía mermada, las pintadas ofensivas hacia una moralidad firme regida por la unidad familiar y honestidad dogmática se hacían frecuentes hasta llegar a la enorme puerta de madera de esta. El clímax de la ofensa se leía en la siguiente frase: DIOS NO SE SALVO POR SUS PECADOS SE SALVO POR NUESTROS PLACERES. Y en letra mas pequeña: God didn’t saved himself by our sins, God saved himself by our pleasures. Pues como he dicho antes, es importante mantener informados a los turistas. La iglesia sin duda parecía una autentico lugar maldito, las antaño coloridas y hermosas vidrieras que recogían escenas bíblicas ahora descoloridas y rotas dejaban ver el interior de aquella ruina.

He aquí una perfecta aldea donde depositar la incoherencia de los pensamientos de la humanidad. Una aldea donde el deber no existe ni en el ambiente político ni en el religioso, donde la política capitalista solo es una subordinada a la política individual y donde todo esta alimentado por una sociedad mayor representada por la capital. He aquí la realidad de un mundo basado en la idolatría en la búsqueda externa de la verdad, en la justificación rígida. He aquí mi ciudad y he aquí mi locura.

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